viernes, 16 de noviembre de 2012

El luto.

El más duro enfrentamiento con la soledad se da en el momento de la muerte de la persona querida. Primero hay que llorar. No reprimas las lagrimas, no urjas a nadie a que las reprima. U menos en nombre de un supuesto heroísmo cristiano.
Después de la conmoción, las lágrimas y las manifestaciones de cálida amistad, es preciso volver a la vida ordinaria por muy gélida que se presente.
Nos encontramos con el primer combate: luchar contra el hastío de todo. Lo que los especialistas llaman el síndrome del deslizamiento. Sinos encerramos en un " No tengo ganas de nada" incesantemente repetido, corremos el peligro de no hacer ningún esfuerzo para comer, asearnos, contactar gente.
Debemos de alejar la idea de que somos los más desgraciados supervivientes de un total naufragio. Seguimos siendo unos seres vivos llamados a una vida diferente: nos es necesario reaccionar y agarrarnos a esto de inmediato.
¿Infidelidad al desaparecido? No faltan personas malévolas que murmura: "No parece estar muy afectada...". La propia viuda puede entrar en un proceso de autoculpabilidad: " Ser feliz sin ti sería una traición". Nada más erróneo; la tristeza-parálisis, lejos de ser un homenaje al desaparecido, falsea la relación nueva que debe establecerse con él.
En este punto no nos sirve de ayuda la imaginación, sino la fe.

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